Un médico de Marianao.

"Casi todos los médicos tienen su enfermedad favorita", escribió alguna vez Benjamin Franklin. Esta es mi enfermedad: escribir. De Marianao al Canadá, curando gente, opinando del calor, la nieve, las ciudades y enfermando de ideas personales.

sábado, septiembre 25, 2010

Paloma Voladora



En septiembre del 92 regresé a la Habana después de cumplir el servicio social obligatorio impuesto a todos los médicos recién graduados. En el periodo de mi ausencia de la capital del país, la geopolítica del mundo sufrió cambios dramáticos. Dos años antes de partir hacia Guantánamo—la provincia más al este de la isla — Cuba era unos de los pocos países todavía afiliados a la Unión Soviética. Al regreso ya éramos una isla a la deriva sin mucha bandera que mostrar, no anclas y mucho menos un buen piloto que pudiera enrumbar el destino de la nave hacia un puerto seguro. Convencido del naufragio histórico que se avecinaba me enfrasqué en la ardua tarea de adaptarme a las nuevas circunstancias de un país desvalido y sin muchos amigos con los que contar. Fue entonces que mis suegros me ofrecieron la posibilidad de poseer una bicicleta de fabricación china, que recientemente se habían importado al país, en un intento de paliar la creciente crisis del transporte público. Se llamaba Flying Pigeon — Paloma voladora en español— de color negro, una sola velocidad y sin mucha fantasía en su diseño estructural. Algunos conocedores de las propiedades técnicas del vehículo aseguraban que pesaba sobre unas 40 libras, literalmente poseía la solidez de un tanque de guerra y nadie tenía dudas que había sido fabricada para durar muchos anos. La unidad regalada por los suegros tenía una cualidad especial que consistía, en tener recortado el tubo longitudinal que une al manubrio con el sillín del montador y así de esta manera evitar traumas innecesarios en la parte más central del cuerpo.
Al principio no disfrute mucho de aquel regalo. Confieso que el llegar sudado al trabajo, después de 30 minutos de pedaleo y tener que consultar pacientes con la piel transpirada no eran asunto de mi gran agrado. Pero mientras la ciudad se desabastecía de los productos básicos para la subsistencia, el transporte público brillaba por su incapacidad e inexistencia y la falta de fluido eléctrico era cosa de todos los días, mi relación afectiva con Paloma Voladora comenzó a cambiar de manera significativa y se convirtió, en uno de los instrumentos más necesitados para mi sobrevivencia. Con ella recorrí distancias increíbles; en un día común era capaz de transitar más de cuarenta kilómetros y atravesar la ciudad de un extremo al otro. Con el tiempo ya no me fue difícil negociar el escalamiento de las avenidas más empinadas de la ciudad y con la fuerza de mis piernas tuve la posibilidad de conocer barrios y vecindarios de la Habana que anteriormente habían pasado totalmente desapercibidos, incluyendo cuarterías, barrios marginales y antros de todo tipo, fruto de la pobreza singular en la que aun viven los cubanos.
En la grupa de mi paloma metálica transporté todo tipo de cosas. La cuna de mi primera hija, una mecedora de madera regalo de una enfermera compañera mía, incontables cantidades de viandas, pan, frutas y otros productos alimenticios necesarios que de no tener la bicicleta no hubiéramos podido disfrutar. Quizá el pasajero más notorio fue mi nonagenaria abuela Anarda, que aunque vivía a un escaso kilometro de mi casa le era prácticamente imposible visitarnos con frecuencia debido a la fragilidad de sus huesos y la continua molestia de sus rodillas. Sin embargo aquella ancianita parecía disfrutar con creces los cortos viajes dominicales, manteniendo siempre sus piernas estrechamente cerradas, y así garantizar no mostrar las razones de su pudor.
En el 98 salí Cuba en mi primer viaje al exterior. Mi paloma, mitad guerrillera, mitad soldado quedo detrás bajo la custodia de mi cuñado. Según me cuentan un raterillo de mala muerte se la hurtó sin muchos escrúpulos. Es difícil saber cuál fue su destino y si de alguna manera fue tratada con el mismo amor y cuidado de cuando estuvo conmigo.
Hoy puedo tener cualquier tipo de bicicleta, la razones para poseerla y el uso no serian los mismos. Aun cuando existen muchas nombres famosos y quizás modelos más atractivos nunca olvidare la contribución que tuvo en mi vida una simple bicicleta de fabricación china.

3 comentarios:

El Tinajón dijo...

Jajaja, excelente. Las bicicletas, aunque hoy sea mucho más difícil adquirirlas no han perdido esa vigencia histórica, que para los cubanos, mucho más que para los chinos, tiene, por ese carácter de sobrevivencia trascende que en la isla tiene.
Saludos.

cubangerman dijo...

No pensé yo a estas alturas ponerme a recordar a mi también adorada bicicleta china,pero si por algún motivo se me ocurriera montarme en la maquina del tiempo y volver a aquella época seria solo por ver y disfrutar de esos momentos en que mi abuela llegaba escarranchada y muerta de riza detras de mi hermano escondida como un curiel miedoso,que tiempos aquellos que ya pasaron pero que conviene recordar(canción tema de san Nicolás del peladero)jejeje en fin me has hecho recordar y por supuesto volver a vivir hermanito..

Rodrigo Kuang dijo...

Sólo faltó la epopeya de poner la piñonera para las velocidades, algo que nunca llegó a ocurrir. Ciertamente, el cuñado la había prestado a la buena Ilonka, y a ella se la volaron a la salida de un agro. Tiempos como para escenas de Ladri di biciclette, de Vittorio de Sica, pero en versión marianense.
El modelo era originalmente británico. Hay una escena de otra película, Help, de los Beatles, donde los cuatro van pedaleando en unas que se parecían demasiado a las nuestras.