Un médico de Marianao.

"Casi todos los médicos tienen su enfermedad favorita", escribió alguna vez Benjamin Franklin. Esta es mi enfermedad: escribir. De Marianao al Canadá, curando gente, opinando del calor, la nieve, las ciudades y enfermando de ideas personales.

lunes, septiembre 27, 2010

El leon caminante de Nabucodonosor II

No importa de dónde vengas ni hacia dónde vas. La posibilidad de encontrarte con un pedazo de la historia del mundo es siempre real. Por esa razón visito los museos y me dejo sublimizar por el gran privilegio de tocar con mis dedos de mortal, obras de singular relevancia en las historia de la humanidad y que por derecho han trascendido los umbrales de la inmortalidad. De Babilonia todos conocemos sus jardines colgantes y la bíblica Torre de Babel. Sin embargo, pocos conocen la figura en relieve del León Caminante —Striding Lion—encontrado tras arduas excavaciones en 1899, en la sala del trono, del mítico rey babilónico Nabucodonosor II. Aunque fue fabricada en montaje de ladrillos de arcilla, su consistencia y plasticidad recrea de forma realista la anatomía y mecánica del movimiento del gran felino. Cuesta trabajo creer que esta figura fue creada en el periodo del 604 al 562 antes de nuestra era y aun persiste retando al tiempo e ignorando las leyes básicas de la temporalidad material.
Ojala compartan conmigo esta obra magistral.

Foto tomada por el autor en el Royal Ontario Museum , Agost0 2010

sábado, septiembre 25, 2010

Paloma Voladora



En septiembre del 92 regresé a la Habana después de cumplir el servicio social obligatorio impuesto a todos los médicos recién graduados. En el periodo de mi ausencia de la capital del país, la geopolítica del mundo sufrió cambios dramáticos. Dos años antes de partir hacia Guantánamo—la provincia más al este de la isla — Cuba era unos de los pocos países todavía afiliados a la Unión Soviética. Al regreso ya éramos una isla a la deriva sin mucha bandera que mostrar, no anclas y mucho menos un buen piloto que pudiera enrumbar el destino de la nave hacia un puerto seguro. Convencido del naufragio histórico que se avecinaba me enfrasqué en la ardua tarea de adaptarme a las nuevas circunstancias de un país desvalido y sin muchos amigos con los que contar. Fue entonces que mis suegros me ofrecieron la posibilidad de poseer una bicicleta de fabricación china, que recientemente se habían importado al país, en un intento de paliar la creciente crisis del transporte público. Se llamaba Flying Pigeon — Paloma voladora en español— de color negro, una sola velocidad y sin mucha fantasía en su diseño estructural. Algunos conocedores de las propiedades técnicas del vehículo aseguraban que pesaba sobre unas 40 libras, literalmente poseía la solidez de un tanque de guerra y nadie tenía dudas que había sido fabricada para durar muchos anos. La unidad regalada por los suegros tenía una cualidad especial que consistía, en tener recortado el tubo longitudinal que une al manubrio con el sillín del montador y así de esta manera evitar traumas innecesarios en la parte más central del cuerpo.
Al principio no disfrute mucho de aquel regalo. Confieso que el llegar sudado al trabajo, después de 30 minutos de pedaleo y tener que consultar pacientes con la piel transpirada no eran asunto de mi gran agrado. Pero mientras la ciudad se desabastecía de los productos básicos para la subsistencia, el transporte público brillaba por su incapacidad e inexistencia y la falta de fluido eléctrico era cosa de todos los días, mi relación afectiva con Paloma Voladora comenzó a cambiar de manera significativa y se convirtió, en uno de los instrumentos más necesitados para mi sobrevivencia. Con ella recorrí distancias increíbles; en un día común era capaz de transitar más de cuarenta kilómetros y atravesar la ciudad de un extremo al otro. Con el tiempo ya no me fue difícil negociar el escalamiento de las avenidas más empinadas de la ciudad y con la fuerza de mis piernas tuve la posibilidad de conocer barrios y vecindarios de la Habana que anteriormente habían pasado totalmente desapercibidos, incluyendo cuarterías, barrios marginales y antros de todo tipo, fruto de la pobreza singular en la que aun viven los cubanos.
En la grupa de mi paloma metálica transporté todo tipo de cosas. La cuna de mi primera hija, una mecedora de madera regalo de una enfermera compañera mía, incontables cantidades de viandas, pan, frutas y otros productos alimenticios necesarios que de no tener la bicicleta no hubiéramos podido disfrutar. Quizá el pasajero más notorio fue mi nonagenaria abuela Anarda, que aunque vivía a un escaso kilometro de mi casa le era prácticamente imposible visitarnos con frecuencia debido a la fragilidad de sus huesos y la continua molestia de sus rodillas. Sin embargo aquella ancianita parecía disfrutar con creces los cortos viajes dominicales, manteniendo siempre sus piernas estrechamente cerradas, y así garantizar no mostrar las razones de su pudor.
En el 98 salí Cuba en mi primer viaje al exterior. Mi paloma, mitad guerrillera, mitad soldado quedo detrás bajo la custodia de mi cuñado. Según me cuentan un raterillo de mala muerte se la hurtó sin muchos escrúpulos. Es difícil saber cuál fue su destino y si de alguna manera fue tratada con el mismo amor y cuidado de cuando estuvo conmigo.
Hoy puedo tener cualquier tipo de bicicleta, la razones para poseerla y el uso no serian los mismos. Aun cuando existen muchas nombres famosos y quizás modelos más atractivos nunca olvidare la contribución que tuvo en mi vida una simple bicicleta de fabricación china.