Un médico de Marianao.

"Casi todos los médicos tienen su enfermedad favorita", escribió alguna vez Benjamin Franklin. Esta es mi enfermedad: escribir. De Marianao al Canadá, curando gente, opinando del calor, la nieve, las ciudades y enfermando de ideas personales.

domingo, febrero 28, 2010

Cambios


He perdido los cambios y me sugieren lo mismo
palabras de la naturaleza o el agobio de los puentes
inundaciones para cada batalla.
Camino sobre la luz
evoco un espanto de lámparas
y toda la suerte de la virtud, tendencias
quiero a veces cerrar un paso e inventar una cadena de arte extraño
firmar un papel, banquete para mis mercenarios
dibujar dos puntos y un escape para salvarnos.

domingo, febrero 21, 2010

La historia de la señorita Equis (parte segunda y final).


No le dolió tanto como había pensado, el corte vertical en su muñeca izquierda fue suave y profundo. Al principio la sangre brotó a intervalos rítmicos y pausados. Aunque quiso reproducir el mismo corte en la muñeca derecha, apenas logró un rasguño. Unos segundos más tarde la fuerza del sangramiento comenzó a intensificarse y, latido a latido, el agua de la bañera se tiñó de rojo. El espanto producido por el color rojo vino del agua fue más fuerte que el deseo de terminar su vida. Instintivamente pensó en gritar o pedir ayuda. El primer grito sonó atenuado como un quejido, el segundo como el graznido de un cuervo en distres. Su novio estaba en la habitación de al lado, aún bien cargado por la combinación de alcohol y drogas duras planificada para la noche. Aquel grito escalofriante lo estremeció con fuerza descomunal. La escena ante él fue incluso aun más espeluznante. Como pudo articuló algunas palabras y torpe, levantó el teléfono para llamar a los servicios de urgencia.
La respuesta especializada no se hizo de esperar. El hospital local despachó de inmediato su equipo de rescate médico; al frente de este, Lucille, una joven paramédica con pocos años de experiencia. Lucille no había visto nada semejante en su corta carrera de salvadora. Ante ella estaba la imagen de la señorita Equis, languideciente, húmeda, virtualmente flotando en la ingravidez de sus células rojas. Con aplomo Lucille aplicó técnicas básicas y efectivas, un fuerte torniquete con ligas de flebotomía y unas compresas secas hechas con toallas caseras. El remedio aunque temporal, fue efectivo. El próximo paso fue la búsqueda afanosa de una vena viable tras la cual inyectar líquidos resucitadores y de esta forma restablecer la circulación vital del cuerpo de la señorita Equis. Pocos minutos después el cuerpo vivo de la señorita Equis fue transportado hacia el hospital. Una vez allí el doctor de Emergencias se enfrentó a una de las decisiones más trascendentales de su vida profesional, ligar el vaso sangrante o intentar reparar el conducto transportador, para de esta forma, intentar mantener intacta la anatomía de la mano izquierda. Mientras el doctor separaba músculos, tendones y nervios en busca de la arteria cercenada, repasó las mil y una vivencias experimentadas en sus años de práctica de la medicina en otros países del mundo. Con sorpresa aquellos tiempos de entrenamiento intensivo y adaptación a la realidad violenta de la nación africana le habían dotado de las habilidades necesarias para salvar la preciada mano de la señorita Equis.
El vaso estaba allí, aun latía, pero lo hacía con la timidez del tejido que se desvanece, lo más importante entonces era utilizar una sutura resistente, algo que durase el tiempo mínimo para una cicatrización capaz. A pesar de lo laborioso, el remedio quirúrgico tuvo éxito, al menos temporalmente. El siguiente paso sería transferir a la maltratada señorita hacia un centro de atención especializada donde garantizar cuidados avanzados y la posibilidad de una re- intervención exploratoria, con medios más sofisticados.
Durante las largas horas de viaje en la avioneta-ambulancia que la transportaba hacia el centro especializado, la señorita Equis tuvo un encuentro de conciencia, un repaso de su historia existencial. La posibilidad real de la muerte o la probable pérdida de funciones de su mano izquierda se transformó en un choque de moralidad, algo así como un cambio de actitudes ante la vida. Ahora solo quería vivir. Pensó finalmente que el intento de suicidio había sido fruto de un acto impulsivo, de inmadurez, de aquellos miles de espacios vacíos que nunca supo completar. Ahora solo quería vivir.

sábado, febrero 13, 2010

La historia de la señorita Equis (parte primera).


La señorita Equis pudiera considerarse una persona bendecida por Dios. Tuvo la gracia de nacer en uno de esos países fríos al norte del río Bravo y desde sus primeros días en este planeta tuvo acceso a varios de los privilegios reservados a los nativos de esta parte del mundo. Su infancia fue agradable. No hubo grandes conflictos entre sus padres, el señor Equis trabajaba en una mina próspera y ganaba suficiente dinero para proveer la familia de las cosas básicas como también de los lujos que facilita el dinero. La señorita Equis disfrutó de cuanto artefacto tecnológico, juguetes y placeres ofrecía el mercado. Su madre, la señora Equis, era maestra de nivel secundario. Su profesión le brindó la oportunidad de criar a sus hijos con la paciencia y sabiduría descrita en un libro de sicología para educandos. En la adolescencia de la señorita Equis comenzaron los primeros síntomas. Le era difícil sostener buenas relaciones con sus compañeros de clase. La maestra se quejaba de que siempre la veía sola, los varones a veces se mofaban de ella por la seriedad que mantenía, y alguno que otro se burlaba del incipiente grosor de su cuerpo. En las noches, en la soledad de su cuarto lloraba mucho, pensaba en jóvenes hermosos que la cortejaban con galantería y le regalaban flores y poesías admirativas. Sin embargo los ataques de sobresalto de presión en el pecho y la falta de aire le ocurrían con frecuencia. Ya en el preuniversitario los síntomas se convirtieron en algo más obvio. El grosor de su cuerpo adquirió límites de insalubridad, al igual que el hábito de ingerir cantidades exageradas de patatas fritas, chocolates y cuantas comidas rápidas y fáciles de hacer encontraba. La burla de sus compañeros de clase se incrementó, al igual que su alejamiento del mundo. Por aquel entonces sus padres se preocuparon mucho y empezaron las visitas al doctor. El diagnóstico fue esperado: depresión clínica con elementos obvios de ansiedad y fobia social. Su madre sugirió las primeras drogas antidepresivas que el buen doctor prescribió al igual que las necesarias sesiones de psicoterapia. Inicialmente el progreso fue bueno, de alguna manera empezó a hacer amigos y descubrió una etapa nueva en su vida donde el amor se presentó en la forma de un joven tan inadaptado como ella, pero al menos alegre. Aquello le proporciono una visión diferente del mundo. La primera vez que introdujo el humo azulado del cannabis en sus pulmones se sintió especial. Esa noche relajó sus tensiones, echó a volar todos sus sueños y se entregó al placer del cuerpo de su novio. En su mente pensó que este había sido el día real de su nacimiento y algo dentro de ella le reafirmó la decisión de jamás volver a su estado anterior. Tras las sesiones del cannabis llegaron otros experimentos, la éxtasis le hacía volar muy alto, pero después del vuelo le volvían la sensación de presión en el pecho y la falta de aire. Con la cocaína el placer era corto pero lo suficiente fuerte como para revivir la experiencia de la noche de su segundo nacimiento. Así pasaron algunos años; cada vez era más fuerte el patrón de uso y abuso de aquellas sustancias. Las tabletas antidepresivas permanecían olvidadas en alguna gaveta de su cuarto. Ya no las necesitaba. Con las drogas recreativas había encontrado la respuesta a todas las angustias de su adolescencia y ya sentía que era muy tarde para vivir sin el extra químico del placer ilegal. En una noche fría y blanca de aquel invierno le volvieron las angustias. Lloró como nunca antes, se sintió infeliz una vez más, y a pesar de los toques de cocaína el malestar se incrementaba. Fue entonces que pensó en suicidarse por primera vez. El impulso se acrecentó y luego de varias horas, implementó el plan.

lunes, febrero 08, 2010

El CAMINO


No existen los caminos rectos.
cada paso conduce hacia una encrucijada
cada paso conduce hacia
la artimaña virtual, la tentación del después.
no existen los finales inéditos
Solo los argumentos para evadir las bifurcaciones personales
bloquear el camino y minar las señales.

La vida es una diatriba metafísica
donde no importa el camino que tomes.
la diferencia depende solo de tus esfuerzos
jamás del destino, ni de la promesa que esconde.

No importa la longitud del camino.
la misión es dispersar el polvo, quemar las interrogantes
fabricar las esperas del derrumbe de lo incierto
y seguir, sin descuidar las manchas humanas
o el terror de las mirillas telescópicas.

No existen las distancias.
tampoco los impulsos ni los desatinos
todos los caminos, largos o cortos
tienen el mismo propósito
andar o desandar
y comenzar lo inesperado.