Un médico de Marianao.

"Casi todos los médicos tienen su enfermedad favorita", escribió alguna vez Benjamin Franklin. Esta es mi enfermedad: escribir. De Marianao al Canadá, curando gente, opinando del calor, la nieve, las ciudades y enfermando de ideas personales.

domingo, febrero 21, 2010

La historia de la señorita Equis (parte segunda y final).


No le dolió tanto como había pensado, el corte vertical en su muñeca izquierda fue suave y profundo. Al principio la sangre brotó a intervalos rítmicos y pausados. Aunque quiso reproducir el mismo corte en la muñeca derecha, apenas logró un rasguño. Unos segundos más tarde la fuerza del sangramiento comenzó a intensificarse y, latido a latido, el agua de la bañera se tiñó de rojo. El espanto producido por el color rojo vino del agua fue más fuerte que el deseo de terminar su vida. Instintivamente pensó en gritar o pedir ayuda. El primer grito sonó atenuado como un quejido, el segundo como el graznido de un cuervo en distres. Su novio estaba en la habitación de al lado, aún bien cargado por la combinación de alcohol y drogas duras planificada para la noche. Aquel grito escalofriante lo estremeció con fuerza descomunal. La escena ante él fue incluso aun más espeluznante. Como pudo articuló algunas palabras y torpe, levantó el teléfono para llamar a los servicios de urgencia.
La respuesta especializada no se hizo de esperar. El hospital local despachó de inmediato su equipo de rescate médico; al frente de este, Lucille, una joven paramédica con pocos años de experiencia. Lucille no había visto nada semejante en su corta carrera de salvadora. Ante ella estaba la imagen de la señorita Equis, languideciente, húmeda, virtualmente flotando en la ingravidez de sus células rojas. Con aplomo Lucille aplicó técnicas básicas y efectivas, un fuerte torniquete con ligas de flebotomía y unas compresas secas hechas con toallas caseras. El remedio aunque temporal, fue efectivo. El próximo paso fue la búsqueda afanosa de una vena viable tras la cual inyectar líquidos resucitadores y de esta forma restablecer la circulación vital del cuerpo de la señorita Equis. Pocos minutos después el cuerpo vivo de la señorita Equis fue transportado hacia el hospital. Una vez allí el doctor de Emergencias se enfrentó a una de las decisiones más trascendentales de su vida profesional, ligar el vaso sangrante o intentar reparar el conducto transportador, para de esta forma, intentar mantener intacta la anatomía de la mano izquierda. Mientras el doctor separaba músculos, tendones y nervios en busca de la arteria cercenada, repasó las mil y una vivencias experimentadas en sus años de práctica de la medicina en otros países del mundo. Con sorpresa aquellos tiempos de entrenamiento intensivo y adaptación a la realidad violenta de la nación africana le habían dotado de las habilidades necesarias para salvar la preciada mano de la señorita Equis.
El vaso estaba allí, aun latía, pero lo hacía con la timidez del tejido que se desvanece, lo más importante entonces era utilizar una sutura resistente, algo que durase el tiempo mínimo para una cicatrización capaz. A pesar de lo laborioso, el remedio quirúrgico tuvo éxito, al menos temporalmente. El siguiente paso sería transferir a la maltratada señorita hacia un centro de atención especializada donde garantizar cuidados avanzados y la posibilidad de una re- intervención exploratoria, con medios más sofisticados.
Durante las largas horas de viaje en la avioneta-ambulancia que la transportaba hacia el centro especializado, la señorita Equis tuvo un encuentro de conciencia, un repaso de su historia existencial. La posibilidad real de la muerte o la probable pérdida de funciones de su mano izquierda se transformó en un choque de moralidad, algo así como un cambio de actitudes ante la vida. Ahora solo quería vivir. Pensó finalmente que el intento de suicidio había sido fruto de un acto impulsivo, de inmadurez, de aquellos miles de espacios vacíos que nunca supo completar. Ahora solo quería vivir.

2 comentarios:

Cubiche dijo...

Coñó. Qué rato ese más fula, docto.

cubangerman dijo...

Me alegro que por lo menos esta historia haya tenido un final feliz entre comillas,la señorita equis escapo como el famoso canguro (skypi) de las garras de una muerte segura,solo espero que esos deseos de vivir sigan vigentes en ella