Un día de rutina

Hoy no encuentro la inspiración. Esas viles y traicioneras musas se han empeñado en abandonarme en esta noche de mucho frío. A las nueve de la mañana una de mis pacientes comenzó en trabajo de parto. Para mi sorpresa progresó con bastante rapidez y sobre las nueve y media, di la bienvenida al mundo a un rollizo bebé de ocho libras en perfectas condiciones. Aún con mis guantes teñidos con el líquido rojo de la vida, el padre me abrazó con euforia y creí oír invitaciones para un futuro paseo en ski doo (motocicleta de nieve) y algunas propuestas etílicas que por razones puramente éticas y profesionales tuve que denegar.
Un poco más tarde comencé mi consulta diaria. Nada extraordinario encontré hoy, salvo los dolores de siempre, la hipertensión, la rebelión de los azucares etc.
La gran noticia del día fué el descubrimiento por Nicole, mi hija mayor, del disco de vinyl-acetato que a los ojos de una joven del siglo veintiuno resulta anacrónico y a la vez inverosímil. Al parecer esta fué la idea de un profesor cuarentón, que como yo, ha tenido la oportunidad de vivir las experiencias entre los dos siglos. Sin embargo mi niña lo tomó con asombro, y con su habitual curiosidad me interrogó sobre la era en que estos discos eran la mejor forma de oír música con calidad. Según el ejercicio indicado en la escuela, ella tenía que escoger uno entre los pocos disponibles y para mi placer seleccionó aquel de los grandes obras de todos los tiempos "Spirits having flown", de los Bee Gees.
A pesar de deleitarme por varias horas con la música de los tres hermanos prodigiosos, aún las musas me ignoran y siento que pierdo la batalla en el intento estéril de conectar mis sinapsis y elaborar un poco de poesía.
Con la ayuda del dios Baco y unos sorbos del néctar de los dioses, apagaré la luz y pensaré en las cosas que casi pudieron ser pero nunca fueron.
Mañana será otro día.